sábado, 29 de diciembre de 2012

Ventanas

 
 
La tarde en que me asomé definitivamente a esta ventana una mujer sola con una malla roja tomaba sol entre las sábanas recién tendidas; lo supuse porque había aire y no se movían en la soga. Tenía una toalla de colores vivos atada a la cabeza y en la misma terraza un perro ovejero parecía muerto de un tiro. Me asomé, tuve el mismo miedo de siempre a la altura, el mismo desasosiego ante la posibilidad y tentarme. Ahora busco la manera de acomodar mis libros -les descubro señales de otro tiempo-, colgué el mismo Klee del final que se te resistía, y poco a poco la pieza en este quinto piso imprevisible va cobrando un olor que reconozco a fuerza de Particulares Livianos y la yerba dentro del plato que siempre me olvido de sacar. Todavía hoy puede ocurrir que me acerque a la ventana y apenas comprenda de qué forma han pasado todos estos años; por una especie de juego demasiado sutil, de fidelidad al recién llegado, algo en mí se resistiría a terminar con tus enaguas puestas a secar sobre la cocina de kerosén, con el sonido de tu orín en el bañito compartido.


Nosotros dos
NÉSTOR SÁNCHEZ

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