A veces iba hasta la ventana y levantaba un rincón de
la cortina. En un charco de oro, seguidas por su institutriz, yendo a catecismo
o a clase, habiendo depurado de su andar ligero todo movimiento involuntario,
veía pasar a esas muchachas moldeadas sobre una carne preciosa que parecen
formar parte de una pequeña sociedad impenetrable.
Marcel Proust, Contra Sainte-Beuve.
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